El trastorno de angustia se caracteriza por crisis de angustia que se producen al menos una vez por semana. Una crisis de angustia es un breve episodio (alrededor de 20 minutos) de miedo intenso que suele ir acompañado de síntomas orgánicos, como respiración acelerada, taquicardia, sudoración, dolor torácico y náuseas.
El trastorno de angustia se diagnostica cuando el niño sufre crisis de angustia con la frecuencia suficiente como para causarle un deterioro funcional significativo y un sufrimiento importante.
El trastorno de angustia se trata habitualmente combinando fármacos y terapia conductual.
(Véase también Introducción a los trastornos de ansiedad en niños y adolescentes y Crisis de pánico y trastorno por pánico en adultos.)
El trastorno de angustia es mucho más frecuente entre los adolescentes que en la edad infantil. Cuando son pequeños, algunos niños sufren ansiedad por separación o ansiedad generalizada que persiste y evoluciona hasta convertirse en un trastorno de angustia cuando alcanzan la pubertad.
Las crisis de angustia pueden coexistir con cualquier otro trastorno de ansiedad, normalmente como respuesta al foco del trastorno. Por ejemplo, los niños que sufren ansiedad por separación pueden sufrir una crisis de angustia cuando sus padres se ausentan. Los niños que tienen miedo de quedarse atrapados en lugares de donde no es posible escapar (agorafobia) pueden sufrir una crisis de angustia si están en medio de una cola en un auditorio abarrotado. Muchos niños con trastorno de angustia sufren también de agorafobia.
Algunas enfermedades orgánicas, como el asma, también pueden desencadenar crisis de angustia, y las crisis de angustia pueden desencadenar el asma.
Síntomas
Durante una crisis de pánico, el niño siente una gran ansiedad, que causa síntomas orgánicos. El corazón late muy rápido. El niño suda profusamente y tiene dificultad para respirar. Puede sufrir dolor torácico o sentirse mareado, con náuseas y agarrotado. Puede sentirse como si se estuviera muriendo o se estuviera volviendo loco y tiene la sensación de que las cosas son irreales. Los síntomas pueden ser más dramáticos (incluyendo gritos, lloros, o hiperventilación) de lo que son en los adultos.
Se puede sentir preocupado por la posibilidad de sufrir otras crisis. Las crisis de angustia y las preocupaciones asociadas afectan sus relaciones y el rendimiento escolar.
La crisis de angustia por lo general se produce sin ningún tipo de desencadenante específico. Pero, con el tiempo, el niño comienza a evitar los lugares que asocia con las crisis. Esta evitación puede derivar en agorafobia, que provoca que el niño sea reacio a ir a la escuela, al centro comercial o a efectuar otras actividades cotidianas.
El trastorno de angustia con frecuencia empeora y disminuye sin razón aparente. Los síntomas pueden desaparecer por sí solos, para volver a aparecer años más tarde. Sin embargo, con tratamiento, la mayoría de los niños con trastorno de angustia mejoran.
A veces, cuando el trastorno de angustia no se trata, los adolescentes faltan a la escuela, se aíslan de la sociedad y se convierten en solitarios, pudiendo desarrollar incluso conductas suicidas.
Diagnóstico
Una visita al médico o a un especialista en salud del comportamiento
A veces, cuestionarios sobre los síntomas
Los médicos diagnostican un trastorno de pánico cuando el niño
Ha sufrido varias crisis de pánico
Modifica su conducta para evitar situaciones que desencadenan las crisis
El niño se preocupa por posibles ataques futuros
No sufrir un trastorno que esté causando los síntomas (los trastornos físicos que pueden estar causando los síntomas se descartan durante una exploración clínica)
Los médicos también comprueban si existen otros trastornos mentales (como un trastorno obsesivo-compulsivo o un trastorno de ansiedad social), que pueden ser la causa de las crisis de angustia.
Tratamiento
Por lo general, fármacos en combinación con terapia conductual
En general, la combinación de tratamiento farmacológico y terapia conductual es efectiva para el trastorno de angustia. En algunos niños, los fármacos son con frecuencia necesarios para controlar las crisis de angustia antes de empezar la terapia conductual.
Las benzodiazepinas son los fármacos más eficaces, pero con frecuencia se prefiere un tipo de antidepresivos denominados inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) porque las benzodiazepinas provocan adormilamiento (sedación), pueden afectar al aprendizaje y la memoria y pueden provocar dependencia.