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Las estructuras y las funciones de los ojos son complejas. Cada ojo ajusta constantemente la cantidad de luz que deja entrar, enfoca los objetos cercanos y lejanos, y genera imágenes continuas que se transmiten al cerebro de manera instantánea.
La visión borrosa es el síntoma de la vista más habitual. Cuando los médicos hacen referencia a visión borrosa, por lo general se trata de una disminución de la nitidez o claridad que se ha desarrollado gradualmente. La pérdida repentina y total de la visión en uno o ambos ojos ( ceguera) se considera algo distinto.
Una persona con síntomas oculares debe consultar a un médico. Sin embargo, algunos trastornos oculares presentan pocos síntomas o ninguno en su etapa inicial; por esta razón, los ojos deben ser revisados con regularidad (cada 1 o 2 años, y con mayor frecuencia en los casos en que exista alguna enfermedad ocular) por parte de un oftalmólogo o un optometrista. El oftalmólogo es un médico especialista en la evaluación y el tratamiento (quirúrgico y no quirúrgico) de los trastornos oculares. Un optometrista es un profesional de la salud especializado en el diagnóstico y el tratamiento de problemas visuales o refractivos ( errores refractivos).
La conjuntiva es la membrana que recubre el párpado y gira para cubrir la esclerótica (la capa de fibra blanca dura que cubre el ojo) hasta el borde de la córnea (la capa transparente situada delante del iris y de la pupila, véase Estructura y función de los ojos). La conjuntiva ayuda a proteger el ojo de pequeños cuerpos extraños y de las infecciones causadas por microorganismos externos; así mismo, contribuye a mantener la película lagrimal.
La córnea es la capa transparente en la parte frontal del iris y la pupila. Protege el iris y el cristalino, y ayuda a enfocar la luz sobre la retina. Está compuesta por células, proteínas y fluido. La córnea parece frágil, pero es casi tan rígida como una uña; sin embargo, es muy sensible al tacto.
Los párpados desempeñan un papel fundamental en la protección de los ojos. Al cerrarse, arrastran los detritos fuera de los ojos, y al abrirse ayudan a extender la humedad (lágrimas) sobre la superficie ocular. Al cerrarse rápidamente cuando es necesario, los párpados forman una barrera mecánica contra las lesiones.
Las cavidades oculares (cavidades orbitarias u órbitas) son las cavidades óseas que alojan y protegen a los ojos y a sus estructuras de soporte (véase las figuras Un vistazo al interior del ojo y Estructuras que protegen el ojo). Los trastornos que afectan al contenido de las órbitas son
Los glaucomas son un grupo de trastornos oculares que se caracterizan por una lesión progresiva del nervio óptico (a menudo, pero no siempre, asociada a un aumento de la presión ocular) que conduce a una pérdida irreversible de la visión.
Los pequeños fotorreceptores de la retina (la superficie interna situada en la parte posterior del ojo) detectan los estímulos luminosos y transmiten los impulsos al nervio óptico. El nervio óptico de cada ojo transporta los impulsos al cerebro, donde se interpreta la información visual.
La retina es la membrana transparente y sensible a la luz localizada en la parte posterior del ojo. La córnea y el cristalino enfocan la luz en la retina. La parte central de la retina, llamada mácula, contiene numerosas células fotorreceptoras (que perciben luz) sensibles al color. Estas células, denominadas conos, producen las imágenes visuales más nítidas y son las encargadas de la visión central y de los colores. El área periférica de la retina, que rodea la mácula, contiene unas células fotorreceptoras denominadas bastones, que responden a niveles de luz más bajos pero no son sensibles al color. Los bastones son los encargados de la visión periférica y de la visión nocturna.